“¡Los muertos no se cuentan así!” o la novela testimonial, según Mary Daza Orozco
Portada del libro “¡Los muertos no se cuentan así!” de Mary Daza Orozco.
Foto
@P_Cultural

Share:

“¡Los muertos no se cuentan así!” o la novela testimonial, según Mary Daza Orozco

¡Los muertos no se cuentan así!” hace parte de una serie de obras situada a caballo entre la historia y la ficción poético-literaria, sostiene el crítico literario, autor de este análisis.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

Esta novela de Mary Daza Orozco me sorprendió, me persuadió, me golpeó. En fin, se me atravesó en la piel y en los sentidos. Yo había leído algunos poemarios como los de José Ramón Mercado y algunos de sus cuentos, y me di de golpe con el sufrimiento de sus personajes ante la ola de violencia sucedida en el Caribe colombiano, como en el país todo. Esa dramatización del dolor, que corta la respiración, la volví a sentir nuevamente con el libro de Mary Daza Orozco. Este comentario tiene ese cruce entre lo emotivo y lo crítico.

Mary Daza ha escrito 18 títulos, entre los que se cuentan: ‘Cuando canta el cuervo azul’, ‘Encuéntrame’, ‘Cita en el café La Bolsa’, ‘El hijo del universo’, ‘Cuentos de consignación’, ‘Periodismo y provincia’, ‘Detrás del patio’, ‘La noche de las velas azules’, ‘El diario de Lina / Detrás del patio’. También ha editado ‘Beliza, tu pelo tiene…’, ‘Rosas contra tu cara’, ‘Si me olvidas, no sabes lo que me puede pasar’. Destaquemos ‘La noche de las velas azules’, su último libro de 2023, en el que retoma la violencia en la zona del Caribe colombiano, y ‘Esa costumbre de recordar’, uno de los más recientes, en el que retrata, a través de diversos personajes, una historia de la pandemia del Covid-19. Muchas veces su narrativa se afianza en lo contemporáneo.

Cuando en septiembre de 1991 Mary Daza publica su primera novela ¡Los muertos no se cuentan así!, no intuía su impacto, y menos ser la primera mujer del Caribe colombiano que escribiera sobre el conflicto armado del país. En esos momentos, Colombia atravesaba por una de sus más severas situaciones de violencia. No era un fenómeno nuevo en el siglo XX, pues desde 1948, con la muerte de Gaitán, se recomenzó un período guerrerista que hasta hoy se mantiene. El libro nació de dos fuentes: el primero, tras la dolorosa muerte del poeta y cronista Julio Daniel Chaparro, quien cayó acribillado junto con el fotógrafo Jorge Torres, por fuerzas aparentemente “oscuras” — aunque realmente reconocidas. Por el otro, merced a su incursión como periodista de El Espectador en el Urabá antioqueño, para auscultar, de primera mano, los enfrentamientos internos. Crónicas y reportajes que mostraban la irrefrenable muestra dantesca de esa zona.

Pero primero un contexto: como indican algunos informes, el periodo está enmarcado por el resurgimiento y decadencia de la situación armada interna con “la suma de varios factores políticos (nueva constitución, participación política, elecciones locales), económicos (bonanza coquera, aumento de explotación minera, petrolera y agroindustrial) y sociales (desplazamiento forzado, movimientos sociales)”, según Natalia Ceballos Arredondo.

Paralelamente, en la Costa Atlántica se vivió, inicialmente, con menos fuerza, los choques armados, aunque después no lo fuera así. De igual manera, los departamentos del centro del país fueron los que más sufrieron los ataques de la violencia guerrillera, en razón a su expansión territorial, luego del período de La Violencia. Donde mayormente se centraron los ataques y desplazamientos fue en Cundinamarca, debido a su cercanía con Bogotá y a su proximidad con los municipios de los departamentos de Boyacá, Caldas, Huila, Tolima y Meta. Las Farc, el ELN y el EPL actuaban mediante secuestros, extorsiones, tomas armadas, hostigamientos. El diario El Tiempo informó mediante estadísticas las lesiones, raptos y demás cuadros dolorosos y delincuenciales de estas guerrillas que en ese tiempo “arreciaron sus ataques contra la fuerza pública. De 169 hechos de este tipo, se pasó, entre 1990 y 1991, a 425. Es decir, que hubo un incremento del 151 por ciento”.

En este panorama violento que comenzaba a incendiar el país, a pesar de la aparición parcial de grupos paramilitares o de las Convivir, en 1994, o de las AUC, en 1997, ya existían ataques paramilitares, por ello, la etapa que se vive en Colombia desde 1990 al 2002 es la tercera más violenta, sucedida durante los gobiernos de César Gaviria (1990-1994), Ernesto Samper (1994-1998) y Andrés Pastrana (1998-2002). Se recrudece aún más bajo los gobiernos de Uribe, cuando, desde sus tiempos de gobernador de Antioquia, instaura las Convivir y se desarrollan todavía más los grupos paramilitares, para perseguir a las FARC-EP y el ELN, de manos con las Fuerzas Armadas.

Este es un momento coyuntural para estos grupos en conflicto, pues el Estado había acogido propuestas de desmovilización desde los años 90, entre ellos, el M-19, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Ejército Popular de Liberación (EPL), en 1991, el Movimiento Quintín Lame (MAQL), el Comando Ernesto Rojas (CER), la Corriente de Renovación Socialista (CRS), las Milicias Populares de Medellín (MPM), y el Frente Francisco Garnica y el MIR – COAR, no muy bien acogido por la derecha. 

Como parte de ese proceso, en el Urabá antioqueño, se asientan muchos obreros sindicalizados que acompañan y coadyuvan los lineamientos de la Unión Patriótica, los cuales riñen con la presencia de las Farc, el EPL, el ELN y los grupos paramilitares. Es una zona de grandes movimientos y enfrentamientos de los grupos de extrema derecha contra estos movimientos sociales, políticos y sindicales. Paralelamente, el panorama que se dibuja entre 1983 y 1984 es el del expansionismo paramilitar de los hermanos Castaño, con la compra de grandes extensiones de tierra en Córdoba y Urabá. Se agrega su afán de proteger empresas y ganaderos, propender por el ejercicio del narcotráficoasí como perseguir y asesinar militantes, dirigentes y simpatizantes de organizaciones de izquierda y a todo lo que sonara a solidaridad y libertad política.

Este es el contexto que utiliza Mary Daza para escribir “¡Los muertos no se cuentan así!” La trama es ubicada en un ficcionalizado pueblo denominado Bahía Rubia, en el Golfo de Urabá, centro del mundo y del dolor, y le acontece a un grupo de personajes asolados por la muerte, el terror y las desgracias. La obra narra la historia de Oceana Cayón, una víctima del conflicto, quien espera, irritada, adolorida, encontrar el cadáver de su marido, el profesor Iván Grajales, quien desapareció en una de esas redadas de esos grupos armados. La persecución contra este docente hace parte de esa presión escabrosa contra los grupos y personajes que abogan por la libertad de pensamiento, vida y expresión. A Oceana Cayón y Grajales se añade también un grupo de compañeros de afugias trágicas.  Entre estos, se encuentran Heroína Jiménez, quien busca a su hijo; además, se hallan Elodia Guzmán y Claudio Guzmán, que quieren encontrar a su padre. Así mismo, Silvana Molina, quien espera a su marido, y, por último, Adiel Marín, quien busca a su hermano, y Arbeláez, quien se vuelve la sombra guardiana de Oceana.

Mary Daza se guarda de designar cuáles son los grupos armados que atacan y atosigan a la población inerme y subyugada.  Como en ‘Los ejércitos´, de Evelio Rosero Diago, se puede intuir que son dos grupos en conflicto (guerrilleros y paramilitares). Son dos sombras negativas que cometen las mismas acciones. Solo que en la novela de Mary Daza ya el pueblo está invadido, mientras en la de Rosero es un proceso más lento. El infierno les va llegando a cuentagotas, en tanto que en “¡Los muertos no se cuentan así!” ya se encuentra en plena arbitrariedad.

La novela comienza cuando Oceana Cayón recibe información de que los cuerpos de los desaparecidos de la zona bajaban por el río San Jorge, y, por ello, tiene la esperanza de encontrar a su esposo, el profesor Grajales, entre la corriente que baja. Es un grupo de familiares que esperan localizar, así sean muertos, a sus seres queridos. Las palabras o ideologemas (recurro al término propuesto por Edmond Cros, para designar los términos más ideológicos, históricos o sociales significativos en un texto) que más aparecen en la novela: muerte, silencio, soledad, temblor, dolor. Ellos dan la dimensión del retrato de la tragedia de estos personajes.

Detrás de toda esta debacle no solo se encuentran los guerrilleros, sino el Estado fallido o paralizado. Este término, para Helman y Chatner conlleva: a) la falta de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia, b) la tendencia a considerarse más allá́ del alcance del derecho nacional o internacional, y c) presentar “una democracia débil reflejada en sus instituciones”. Ello se cristaliza cuando lo que insinúa el narrador (¿o narradora?) mediante una pregunta retórica que resulta ser una afirmación: “¿Y, en su desesperación, la gente dice que el mismo Gobierno tiene la culpa y que ha sido incapaz hasta de esclarecer la muerte del candidato de la Nueva Fuerza a la Presidencia de la República?”. La debilidad  del Estado se muestra más cuando, a través de su discurso de simulación, achaca a otras fuerzas residuales la culpa de sus fallas.

Mary Daza Orozco

Aclaremos que Mary Daza cambia los nombres del partido político (Nueva Fuerza) así como la del protagonista de esta última muerte política, pues detrás se encuentran realmente las nominaciones de los candidatos presidenciables de la Unión Patriótica y el Partido Comunista Colombiano, los asesinados Jaime Pardo Leal y posteriormente su reemplazo político, Bernardo Jaramillo Ossa, quien recogió las banderas que dejó el primero. Concuerda con la persecución real que los grupos de derecha, las fuerzas militares, los paramilitares y el DAS realizaban contra los líderes de izquierda: M-19, Moir y la Unión Patriótica entre los años 80 y 90 del siglo anterior.

Oceana Cayón muestra la más irrepresentable sensación del dolor del ser humano. Desde que Arbeláez encuentra el brazo de su esposo asesinado, Iván Grajales, como testimonio de su muerte, se observa, aún más, un ejercicio de exasperación y profundización de la angustia y la desengaño de la mujer. Ello puede observarse en la respuesta que entrega en la entrevista que la periodista (testigo y narradora) le realiza al comienzo del libro y que escribe su historia: “—No esperes paz. Aquí los que tienen paz son los que yacen en las tumbas de los cementerios, porque ni a los que están en las fosas comunes los dejan en paz”. En esta respuesta de la segunda página de la introducción o incipit (según la denominación de la Sociocrítica) se encuentra condensada una frase que revela la cosmovisión de la novela: el pesimismo, expresado en el drama trágico de las víctimas de las guerras, que refrenda a Oceana Cayón como el símbolo manifiesto e irreductible  de las atrocidades que demuelen sicológicamente a las mujeres, a los humanos que se enfrentan a las guerras fratricidas, cuando pierden sus seres queridos, sus propiedades y que se extiende a otras situaciones difíciles como el desplazamiento, la pérdida de la identidad, los derechos humanos y las pocas propiedades, y, con ello, a su más completa deshumanización.

Por estas declaraciones en la entrevista de Oceana Cayón, la novela puede entenderse como un texto ficcionalizado, presentado de manera testimonial. Ante ello, acudimos al concepto teórico o metodológico de la venezolana Luz Marina Rivas, en el sentido  de que esta novela se constituye metodológicamente en parte de la conciencia de la historia, referida a si una novela es histórica o no, por lo cual hace parte de la novela intrahistórica, referida a la “historia de los de abajo”, de las víctimas, de los inocentes, la cual se caracteriza por cuestionar el registro de lo histórico, de la validez de lo conocido, lo que significa criticar también el documento oficial como fuente y los archivos existentes, escenificándolo en el texto ficcional. El testimonio, para Rivas, entre otras muestras de expresiones lingüísticas, busca un diálogo intertextual con textos históricos conocidos, tras lo cual se encuentra una “proposición de lenguajes alternativos a los discursos historiográficos conocidos para contar la historia, como mitos, testimonios, narraciones orales, etc.”

En esta novela-testimonio, así sea ficcionalizada, la figura del historiador (en este caso de la periodista-historiadora) cobra vida con el comienzo de la entrevista con una Oceana Cayón ya en decadencia, pesimista. Agotada. Se colige entonces que esta periodista cuenta la historia, juzgando, muy sutilmente “desde la mirada de un historiador [mediante] el empleo de anacronismos, o el hecho de introducir elementos de tiempos y espacios diferentes para dialogar juntos en el interior del texto” (Rivas).

De lo que se trata es de que ya no se recurriría a los documentos oficiales o institucionalizados, sino a los testimonios orales, a los textos de la vida privada como cartas y diarios, a los registros visuales. En este caso, la periodista de la novela funge como historiadora-periodista, al grabar los testimonios de Oceana Cayón, así como a escudriñar el diario la mujer. Así, se encarnan, por manes de la ficción, las voces de los testigos, conformándose la novela en una especie de historiografía literaturizada, como aquella obra primaria de Miguel Barnet Biografía de un cimarrón. 

En este sentido, “¡Los muertos no se cuentan así!” conjuga todas estas situaciones vitales y literarias, pues es una novela sobre la historia de los menos privilegiados, y al presentar en esas dos primeras páginas introductorias o incipit, la obra revela metahistóricamente las situaciones que van más allá de la historia oficial, la historia cuya conciencia histórica cuestiona lo establecido. No solo cuestiona la Historia, sino que introduce una mirada interdisciplinaria, sociológica y sicológica, una mirada acerca del devenir histórico y social. Constituye una mirada desde la microhistoria, desde la intrahistoria, develando un nuevo microhistoricismo, según han propuesto de muchos historiadores. 

De esta manera, se pierden, se con-funden y se consolidan las raíces de otras disciplinas, con lo cual se re-construye la voz de los “sin voz”, de los subalternos. Al escenificarlo, al literaturizarlo, el testimonio se convierte en el eje central de la narración, convirtiéndose así en un ideosema o centro ideológico sutil y central a la vez. Con el testimonio como ideosema, la voz de Oceana Cayón narra y revivifica la tragedia de una parte de la historiografía de Colombia.

La historia de Oceana Cayón, como su nombre lo indica, refleja un mar de voces, de sentires; una inmensidad de padecimientos, de una voz-ser, de un personaje-ser-mundo, que cayó a lo más hondo de los abismos de la vida y la Historia. La prosa novelística de Mary Daza Orozco se muestra profunda, dramática y durísima generalmente. No hay espacio para el sosiego. Es la narración del dolor constante, de la vida frustrada y trágica. Por ello, estos muertos del libro y la vida no se pueden contar así: estadísticamente, por grupos, sin nombres. Como la obra lo devela, los muertos se cuentan desde su ser-en-el-mundo. La literatura no cuenta, sino que canta al ser humano desde su tragicidad, desde su pensamiento y sentires extremos.

Pero con ello, o también: esta es una novela sobre la memoria traumática, según el voquible del filósofo francés Paul Ricoeur. Esta puede constituirse o conversa profundamente con el eje de lo testimonial. En este sentido, en “¡Los muertos no se cuentan así!” se puede observar de manera plena el concepto que da Ricoeur a memoria de duelo, o mejor, trabajo de duelo, esa “demasiada memoria” (resaltado por el autor), relacionada con el de memoria traumática, que es vista como memoria ejemplar, memoria de los dolores del ser humano y de su liviandad en el mundo político. Por ello hay que preguntarse: ¿qué y cómo se recuerda, cuando la memoria se asume violentada o recrea la violencia? ¿Cómo se podría aplicar a la novela o a la poesía del Caribe colombiano? Se parte entonces del carácter declarativo de esta memoria trá(umát)gica, en evocación y re-presentación dura y ser fiel al pasado, de modo que exprese su carácter testimonial. En ese sentido, para Ricoeur, la memoria-testimonio se constituye en “la estructura fundamental de transición entre la memoria y la historia”. Pero ello no se da en abstracto:  es necesario un tiempo y un espacio, un cronotopo, a través del cual los hechos representados acontezcan. Esa memoria-testimonio sucedió en Colombia, aconteció en la Costa del Caribe colombiano. acaeció a Oceana Cayón y sus compañeros. 

Allí, en ese contexto, el cuerpo de Oceana Cayón recuerda, dolorosamente. De manera que en la novela los cuerpos son la re-presentación del desastre, de lo vulnerable. Los cuerpos asesinados que bajan por el río San Jorge constituyen el testimonio del dolor, de la decadencia del Estado, convirtiéndose también en el testimonio de la otra Historia. En este caso, la novela testimonial expresaría, en concordancia, con las palabras de Ricoeur, una “modalidad patológica de la incursión del pasado en el corazón del presente”, instaurando una “memoria herida, enferma o compulsiva”. En este sentido, la literatura sobre la violencia se constituiría en una presentificación temporal, en una evocación, en una rememoración aguzada, ya no del dolor y el sufrimiento del pasado, sino siempre constante y del ahora en Colombia.

¡Los muertos no se cuentan así!” hace parte de una serie de obras situada a caballo entre la historia y la ficción poético-literaria, en la que convergen exigencias ideológicas y morales, en el marco de una Historia vivida, recordada y sufrida, mediatizada por su lenguaje explícito. Enmarcado con mucha verosimilitud, estas obras se sitúan, además, como testimonio, pero sin perder su carácter ficticio, de enunciación, pero cuyo impacto representan la imaginación elegida por un autor que selecciona la Historia mediante elementos de la cotidianidad y la confronta con lo “realista” de esta, pero al mismo tiempo, configuran historias que se inventan a sí mismas en la búsqueda de registrarse mediante exploraciones historiográficas. Y entregarnos la vida trágica de los silenciados por la ideología oficial.

Por ello, cuando leemos “¡Los muertos no se cuentan así!”, confrontamos nuestros pensamientos morales, éticos, políticos, religiosos, ideológicos, etc., y caemos en la cuenta de que estamos muy lejos de esa realidad desafortunada todavía tan actual, y muchas veces con las manos atadas, y también callados. Y entonces observamos que la vida de Oceana Cayón nos sobrepasa, nos golpea. Sentimos el dolor de sus compañeros de tragedia, sus vidas despiadadas y ciertas. Porque los desaparecidos, los desplazados, los perseguidos, como ella, se pierden en sus deseos, en sus sueños: todos son y viven en una ebriedad dolorosa y trágica infligida por seres y políticas torvos y ciegos en lo humano, que les crearon y despliegan todavía caminos difíciles, pero cuya realidad aún demora en resolverse. Por ello, de modo pesimista, uno de los personajes declara: “—La vida siempre nos hace claudicar”.

……..

Docente universitario. Investigador sobre literatura del Caribe colombiano. Actualmente estudia la poesía de esta zona del país bajo las temáticas de la memoria, el paisaje y el linaje, de cuyos resultados se cuenta el libro inédito “Aquí se esconde un mundo. Linaje y paisaje en la poesía del Caribe colombiano”.

Más sobre este tema: